agosto 24, 2023

El sueño de los icacos




El otro día tuve este sueño,
de esos de los que despertar desalienta.
En los que sientes que las cosas se dan
justo como querías que se diesen
y obtienes justo lo que esperabas conseguir.


Este sueño entrañable
―que merecer ser más que solo ensueño―
tomó la forma de una pintura de Oga:
sus colores, su candidez, su nostálgica carga
de memorias tempranas.


En él inmerso, mi júbilo era total.
Sentía que lo tenía todo
y que el tiempo no tenía efecto,
entre la suavidad terciopelo de tu piel
y la calidez de tus verdores.


Me sentía como un niño amado
en la plenitud de su breve infancia,
flotando y jugando desprevenido
entre el follaje y el fruto
de tu matorral.


Tanto toma en este poema pospuesto
describir el fulgor de tus colores,
los destellos amarillos por millares,
y el hermosísimo rubor
sobre tu dulce porcelana.


Has estado ausente por tanto tiempo
y por eso tu llegada me abruma en felicidad.
Eres la marca de la vida que deseo:
una existencia simple y profunda
bajo el arrullo de tu sombra.


En algunas noches hay
linternas distantes que me guían hacia ti,
a la suave miel de tu bocado,
a la perfección absoluta
de tu contemplación.


¿Por qué no puedo cantarte
en forma tan simple como te vi,
matorral hermoso y reluciente de verdes
y amarillos explotando en mis pupilas,
cobijando celosamente vuestro fruto que,
aún en su recelo,
sin remordimientos se entregaba
a mi deleite?



¡Icacos luminosos!

¡Icacos púrpura, como gemas!

Icacos que Oga nunca pintó.








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