febrero 05, 2013

El Acto Poético (prosa)


¿Qué es más inmediato al hombre que lo que este siente? ¿Existe acaso algo más humano que las emociones? ¿Qué camino puede ser más directo hacia la esencia del hombre que el de sus sentimientos? ¿Qué indicio de la existencia verdadera de una persona puede ser más patente que su capacidad de sentir? Es imposible no sentir, no experimentar emociones, en tanto se está vivo.

Mediante el acto poético me compenetro con mi propia existencia, que transcurre y escurre hacia todas las esferas de lo real, y hacia ciertas otras que son las de lo imaginario: casi siempre las que albergan lo más bello y a la vez, lo mas etéreo. Narro a mí mismo mi propio paso por el mundo, e intento, de vez en cuando, cantármelo en un tono dulce y bello que me cobije, para convencerme de que no estoy errando, qué sé yo... Aunque a veces sea, en cambio, el triste reconocimiento de mis propios miedos.

De cualquier forma, es siempre una expresión meliflua de mi realidad, en todos sus niveles. Mediante la poesía, que es un regalo divino, creo yo, recorro con plena conciencia mi ser, no desde el punto de vista material, que es prescindible y perecedero. Tampoco desde el enfoque espiritual; incognoscible. Sino que desde la perspectiva emocional de la vida, aquella de las sensaciones y de los sentimientos; la esfera de lo sensible, dentro de la cual estamos todos indudablemente inmersos.

Entonces, lo que yo escribo y lo que yo vivo no son cosas diferentes. Más allá de, obviamente, sus respectivas naturalezas inmediatas, el plano emocional del cual ambas instancias liban su esencia las arrastra en eterno rose; en constante colisión, al punto de ya no poder volver a ser independientes. Esto me recuerda a la manera en que las galaxias, en ocasiones, se encuentran, y no es por una violenta imposición que terminan por fusionarse, sino en una dócil danza cósmica que encarna las armonías celestes; las mismas que inspiran una visión maravillada ante las cosas, capaz de traspasar la forma de todo aquello sobre lo que esta se pose. De ello, más poesía germina, en un bello ciclo urobórico.

De manera que son estos versos dionisíacos como los caballos, las letras mi carro, la técnica las bridas y yo, por supuesto, el auriga que se encamina a sí mismo en una carrera apasionante y sin paradas por la rotunda línea del tiempo y por lo ancho del espacio derramado. A veces es como si todo el aparataje se condujera solo, pero tal cosa me parece imposible. Por eso creo que lo que realmente acontece es que a veces, solo a veces, sucede que no existe tal carro: es entonces que no me podéis leer, pues aquello nace, arde y se extingue con intensidad, muy dentro de mí; nunca más allá: sin cantos ni reparo alguno.

Me sirve pues, la poesía, para encontrarme conmigo mismo (por decir lo menos), hacerme uno y caminar en una dirección definida y distinta. Evito así terminar asfixiado por todo lo ordinario y yermo que parece oscilar sin cesar más allá de mi mente; sobre la faz bestial de este mundo. 

De todo esto deduzco la propiedad, absolutamente necesaria al hábito, de reconocer lo que yo mismo estoy sintiendo. Ello es, indudablemente, el acto filosófico primario, que también me resulta vital. ¿Diríais pues, que la triada se completa con aquellos elementos que, como dije, parecen oscilar más allá de mi mente? 



Fotografía por Ángel Febreroflickr.com/angelfebrero

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